CONCERTINAS

Entiendo perfectamente que, como pueden existir pamplonicas a los que no les gusten los sanfermines y ciudadanos que abjuramos de las navidades, haya una corriente que se sienta invadido por el turista. Quizás no tanto como para ejecutarles en el muro del cementerio, como a aquellos a los que se daba el paseo guerracivilista, pero sí un tiro en la rodilla para quien no puedan bichear y dar la plasta en su entorno.

Como todo lo que ocurre en esta sociedad, la reflexión se orilla para abrazar lo anecdótico y el cliché.

El vasco, por aquello de fuero y tradición, nunca ha sido excesivamente hospitalario con el visitante. Me imagino que la causa tendrá su antecedente remoto en que, a diferencia de otros territorios que pisaron cartagineses, fenicios, romanos, musulmanes y cristianos, estos valles montañosos no han sido excesivamente apetitosos para las hordas invasoras.

Y, lógicamente, eso ha calado. En los ochenta, mis amigos del poblado, en cuanto se encontraban a un turista a la caza de la ubicación de la Casa de Juntas, le largaban hacia el Corte de la Ría. Por si tenían la suerte de perderse en el fangal y así se despistaban para siempre porque les consideraban especies invasoras. Pero claro, ahora con las aplicaciones móviles no es fácil extraviar al  conquistador y las ruedas del trolley te terminan taladrando los tímpanos en cada amanecida.

Los ánimos se encrespan cuando aparece el vil metal. Un tipo que ha pedido un préstamo al 13% de interés anual para la compra de una vivienda turística verá al viajero como un enviado de Yahvé, al advertir en su rostro el símbolo del dólar. Por el contrario, el septuagenario vecino del quinto, al que se le descascarilla el pinky del salón en cuanto la cuadrilla de paso por el Airbnb del piso de abajo, empieza a botar a medianoche al ritmo del A quién le importa, de Alaska, instalaría concertinas en la muralla que rodea la ciudad.

Es exactamente lo mismo que ocurre con los molinos de viento en la montaña de tu pueblo, los centros de refugiados en tu barrio o las penitenciarias en la comarca. Hay que ponerlas pero lejos de ti no sea que se te corte el Cola Cao del desayuno con sabores, visiones u olores no adecuados.

Lo quieren atajar con tasas turísticas o regulación urbanística. Otra proyección latina de la punición que no vale para nada, como todo lo que se basa en el axioma de la letra con sangre entra que utilizaban conmigo las Madres Mercedarias.

Es que este es un país al que se le atrofia la lengua al conjugar transigir, empatizar o integrar. Todo tiene que terminar como el Duelo a Garrotazos, ese lienzo integrante de las pinturas negras de Goya, en el que todo se sustancia a golpe de tranca-

Aun dos siglos después.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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