LUGARES AJENOS (I)

Hay una parte de mi cerebro que desconecta cuando me hablan de ciertas cuestiones, como por ejemplo, las odas a la comida de autor, los influencers o la proscripción de cosificación de los humanos.

No me interesa, no lo registro, no presto atención, es algo automático, mi cerebro toma la decisión por su cuenta ya que me doy cuenta que mi mundo se esta llenando de otros como paso previo a dejar de ser mi mundo,

Aquello que sin duda detona ese desnorte es la restauración impregnada del diseño sueco de las tabernas remodeladas . Esa que replica los estándares de los bares de postín en donde la decoración esta desprovista de alma, los camareros son intercambiables por los que te atenderían en el abierto por la misma cadena en Albacete, y los pinchos se elaboran con troquel, tanto en forma como en sabor.

Aunque yo prefiera aquellos en los que el alicatado, la barra, el botellero y el pringue de las paredes indican el impreciso tiempo de las cosas que siempre están ahí, hoy quiero hablar, no de aquellos lugares donde no entró, sino de aquellos otros de la villa donde no quieren que entre.

1) El Amaren de calle Diputación. Está en el podio. Ha acuñado esa patraña (lo dice un hijo de carnicero como mi amigo FL) de chuleta de buey macerada desde los idus de marzo. Como está petado de turistas, que pagan y no protestan, abjura del cliente nacional, que en ocasiones opinamos y tenemos el umbral de tolerancia alprecio bastante más bajo. Fui un día con Chica9 y en el importe sobre el que se calculaba el IVA venia impreso con tinta simpática un “No volváis”

2) Las heladerías de la calle Lersundi. Ocurre en todas las ciudades, la zona de influencia del turista es territorio hostil para el lugareño ya que gastamos percepciones distintas ante la misma realidad. La mejor prueba son las dos situadas frente al Guggenheim que se preñan de clientes ocasionales. De esos a los que no les importa que les emplumen media docena de euros porque te espolvoreen polvos de púrpura sobre un cucurucho de Ferrero Roche. Lo descubres la tarde en la que por razones ignotas caes en la zona y, tras picar, recuentas las vueltas media docena de ocasiones hasta concluir que esos no son los precios del corte de mantecado que te comías en tu pueblo emparedado entre dos barquillos.

3) Los Gastrobares del Mercado de la Ribera. El edificio me recuerda a la Casa Blanca. El ala este, el mercado, es uno de los patrimonios culinarios de la Villa, y su visita semanal es una religión que profeso. Por el contrario, el ala oeste, es un lugar repulsivo para cualquiera que tenga media plaqueta de sangre bilbaína.

No quieren que vayamos porque nos damos cuenta del tocomocho en los pinchos, del pestazo de la atmósfera, de la luz mortecina y de la suciedad que acostumbramos a dejar cuando nos convertimos en visitantes de aluvión y disfrutadores ocasionales en otras latitudes. 

Pasa lo mismo que con los trileros de las ramblas. Que no quieren que te quedes a verlos si te sabes el truco.

(Continuará)


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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