VOLVER

La sociedad moderna baila al compás de las murallas chinas. La tierra prometida de las vacaciones veraniegas, la depresión de la vuelta al cole, las promesas de año nuevo que se formulan sabiendo que van a incumplirse o la implosión de la cuesta de enero sin festivos en el horizonte que sigue a la explosión farandulera de las navidades. 

Nuestra existencia está perfectamente cartografiada y obedece a unos patrones en los que nos encajamos como si fueran vagones de una montaña rusa. Dispuestos a gritar al aire nuestra dicha en el doble looping del verano, o a soportar el lento devenir de la subida hacia la nueva temporada con la banda sonora del herrumbre de la catenaria en ascensión.

Y en septiembre toca volver. Y en una involución que ha traído debajo del brazo la modernidad. Esa por la que la vuelta a lo que es tu rutina de la que tendrías que estar feliz de haber salido, se asuma por el pueblo como una trágica derrota (al estilo de aquel caído y desarmado el ejercito rojo,,…). Que les hace arrastrar un gesto mohíno por lo menos hasta que llega el veranillo de San Miguel.

A diferencia de nuestros padres, que entendían perfectamente que su estado natural era el rechinar de dientes del pedaleo diario, vivimos la vuelta al cole con terror. Como un niño que no quiere aceptar el final de las vacaciones o patalea porque no entiende por qué su padre no le compra toda la tienda de chuches.

Es esa sensación de decaimiento colectivo propia de la bisutería barata de los besos adolescentes la que sitúa al humano en el cadalso. Si todo el mundo abraza la melancolía, si el síndrome que impera es el del corazón roto, quién eres tú para llevarles la contraria.

Con las defensas bajas empieza a calar la lluvia fina de que septiembre es el mes en el que se disparan las terapias sicológicas y en el que los abogados matrimonialistas agotan sus citas, Entonces te sientes compelido a llamar al sicólogo y comienzas a ver a tu pareja como una masa amorfa de defectos, que, además, lo único que ha hecho este verano es darte calor y no dejarte dormir con sus bufidos y ronquidos.

Para seguir a la moda decides contratar un pack de sesiones sicológicas, cincuenta por si te quedas corto, y a mirar las páginas web de pisos, por si alumbras algún apartamento que te pueda servir de batiscafo por si la inmersión en solitario finalmente se consuma. Es lo que se llama las decisiones de aluvión.

En el poblado no existía síndrome post-vacacional ni el personal creía que no había alcanzado el crecimiento propio porque el techo de cristal del pegado. Se hacia lo que se podia, se curraba mucho, se disfrutaba más y se compartían valores. En una gestión de las expectativas que no te hacia aspirar a nada a lo que no pudieras conseguir valiéndote de tu propio esfuerzo. Teníamos unas legítimas ganas de prosperar,  (magnifica palabra) pero si no conseguías tanto como te habías propuesto ni te deprimías ni chapoteabas en el fracaso.

Y así me crie. Feliz de lo que tenia alrededor y confiando. Cuando ahora, lo que detecto en mi entorno, es muy difícil confiar plenamente. La mayoría de las personas brindan parte de su confianza, pero lo hacen desconfiando a la vez, preparados para retirar su apoyo o cambiarse de bando. Confían a medias, a hurtadillas, de soslayo.

Antes confiabas en otros hasta el punto de dejar tu vida en sus manos. A veces en cosas abstractas, como tu cuadrilla, el equipo de fútbol de tu pueblo, la suerte, el sol, oel horóscopo. Es un insensato quien confía en todo el mundo, y un neurótico quien no lo hace en nadie.

Gracias poblado.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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