TATUAJES

Una de los mayores síntomas de la involución de la sociedad moderna se sitúa en la proliferación de los tatuajes.

En los setenta solo se los esculpía la piel gente bizarra. Presidiarios, (amor de madre y corazones ensangrentados dedicadas a morenas con nombre del estilo de Maria de La O), marineros (gustaban anclas y símbolos navales) y guitarristas flamencos como El Camarón antes de la grabación de la Leyenda del tiempo.

Además, la ejecución tenia su particular liturgia salvaje. Grafía artesanal en un chamizo macilento al que el tatuado tenia que llegar con sus constantes vitales opacadas por la ingesta de alcohol, porque no había quien soportara aquella tortura y tenían un posoperatorio más largo que la implantación de un balón gástrico.

El resto de la grey amagábamos no más con aquellas calcamonías que guardaban en su interior las patatas fritas Risi, tras sustituir a las canicas que venían antes de premio hasta que un niño glotón se ahogo al comerse una.

Vamos, que era una seña de facinerosos y patibularios e imponían porque la ejecución era más bien defectuosilla y de lo que querían evocar a la realidad había una distancia sideral. Recuerdo el pato Donald que llevaba en el poblado el bueno de Nicotin, que es como se llamaba a César, un miembro de la cuadrilla de malotes justamente mayor a la mía. Solo decir que, de verlo, Walt Disney hubiera pedido el inmediato retorno a la hibernación.

Lo que antes era hierro de sátrapas ha pasado a socializarse y convertirse en articulo de postureo ambidiestro en lo que a genero se refiere. No hay futbolista, influencer, adolescente u otros mamarrachos que no quieran quedar marcados para siempre por la aguja. De los chamizos se ha pasado a una tienda de postín, con decoración modernista y atendido por pareja de hipster, con un look de recién salidos de los decorados del Club de la Lucha. Un apósito rodeado por un cuadrado de esparadrapos y, al de veinticuatro horas a desfilar.

El portfolio de tatuajes que ofrecen ocupan los veinte tomos del Cossio. De una culebra zigzagueando del ombligo al pubis a al escudo del Puerta Bonita, pasando por todo ese enjambre de símbolos celtas, árabes y cabalísticos.

Otra cosa es la ubicación. Antes, en brazos y pechos, ahora en todo el cuerpo. Sí no los llevas eres un panoli o un desarrapado social que es lo mismo, De los arrabales de la sociedad hasta la yema del parecer sin ser.

Mi hija quiere uno. Le recomiendo que se lo haga, en su caso, cuando sea mayor de edad, para que no pueda reclamarme nada al alcanzar la edad docta y que se lo haga en un lugar escondido por si acaso. Ya se sabe que los jóvenes suelen ser juguetes de las circunstancias y del momento que les rodea, y que ya encuentran formado, cuando empiezan a actuar.

Se lo terminara haciendo. Nada más por demostrar quíén manda sobre su cuerpo.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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